Por Manuel Hernández Villeta/ A Pleno Sol
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Opinión |
La impunidad colectiva y la justicia
que se quita la venda, son el primer golpe mortal que puede sufrir una
democracia neo-nata. Cuando se pierde la fe y la confianza en la ley, entonces
surgen los caminos intermedios, las venganzas personales, los
linchamientos y lo peor, que cada cual hace lo que le viene en ganas.
Para un país avanzar por la senda del
progreso, tiene primero que tener un estamento judicial creíble y poderoso. Es
el equilibrio de las relaciones humanas. El crimen, el soborno, el robo no
pueden salir triunfantes y por el contrario el que ose violar la ley sabe que
será castigado, de acuerdo a la comisión de su delito.
Pero la justicia será solo un nombre si
los encargados de aplicarla no tienen de acero las faldas o los
pantalones. Un juez venal, entregado al mejor postor, equivale a una
torcida interpretación de los códigos.. Para los dominicanos es urgente que a
la diosa que se interpreta que representa a la justicia se le coloque la venda
sobre los ojos y la balanza en sus manos, en señal de que a todos mide con la
misma vara, y que sólo atiende a pruebas y no ve nombres sonoros ni
figura que dicen ser inmaculadas.
Pero la principal estocada que se puede
dar a la justicia es que la conviertan en un sainete. El juicio a donde deben
ir los culpables de un delito tiene que ser oral, público y contradictorio.
Nada de aposentos o de tratos por las espaldas, es frente a la cruz y el
magistrado donde se pone en libertad al inocente o se condena al culpable.
No puede haber juicio fuera de los
tribunales. En cada esquina no se puede levantar un paredón moral. Si no
se tiene confianza en la justicia, entonces hay que tomar las medidas de rigor
para que sea potable y responsable. Sería un grave retroceso que nuestra
aplicación de la justicia sea emular al viejo oeste norteamericano donde por
una simple acusación de cuatrero se ahorcaba a cualquier vaquero sin haberle
hecho el rol de audiencia que correspondería.
La justicia dominicana necesita
modernizarse, ser más confiable, que no sea manejada por grupos de poder o
castas sociales. Todos los ciudadanos, sean de saco y corbata, o de los
pies por el suelo, tienen que coadyuvar en mejorar el estamento judicial.
Cada cual desde su óptica tiene que aportar su esfuerzo para solidificar esa
columna de la democracia nacional.
Mientras, la voz de la calle, ahora
modernizada con las redes sociales, será juez y verdugo. A quien el rumor
señala culpabilidad, nadie le podrá lavar la honra, si en verdad es inocente.
Con sus fallas, tiene que haber esperanzas de que la justicia actúe con
imparcialidad y rectitud, a pesar de ministeriales y jueces que tropiezan y no
se levantan.
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