Por: Manuel Hernández Villeta/ A Pleno Sol
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Opinión |
La marginalidad dominicana no tiene a quien le duela. Por lo
menos esa es la impresión que se lleva una parte considerable del pueblo. Hay
avances hacia el desarrollo, pero la exclusión social también tiene retrocesos.
Se amplían los cordones de miseria de las grandes ciudades, a pesar de
que el sector gubernamental ejecuta planes de reorientación de las barriadas
misérrimas, y el sector privado procede a construir viviendas de bajo costo.
La tecnología que llega al país, y que va haciendo su presencia en las
principales oficinas dominicanas, sirve para colocar esas empresas en el siglo
21, pero no es un aporte significativo a catapultar mejores condiciones de vida
para la mayoría irredenta.
Todo lo que se haga estará condenado al fracaso, hasta que se dé una
justa distribución de las riquezas. Es una quimera pensar hoy en igualdad
general para todos los sectores, o que el proletariado vaya al paraíso. No, ese
es tema de un pasado casi olvidado.
Hoy los países que fueron socialistas, o donde todavía gobierna el
partido comunista, están dando paso a un capitalismo de Estado. Permitir la
entrada del sector privado y de las multinacionales, pero fijando el sector
gobernante las reglas de juego.
Mientras se impregne el desarrollo colectivo en la acumulación de esas
riquezas, el modelo estará dando resultados, pero el nuevo rostro del
capitalismo de Estado, controlado por el partido comunista en China y Rusia
queda muy lejos del sistema de unidad y confraternidad social que inauguró
Lenin.
Pero en el caso dominicano, lo que se necesita es un capital de rostro
humano. Dones de humanidades en el trato con la gente. Se habló en
más de una ocasión del capitalismo salvaje, y no es la fiereza lo
que necesitan las masas, sino la concertación, y dar pan al necesitado.
En la praxis una de las cosas más difícil para el ser humano es dar un
pedazo de pan al hambriento. El dinero se reparte donde haya recursos. Los
organismos internacionales hacen guerra al hambre y a la miseria en lujosos
banquetes en hoteles de cinco estrellas.
Las periódicas Cumbres de dignatarios no pasan de ser una burla a la
miseria extrema que se sufre en el tercer mundo. Nunca los resultados de esas
Cumbres han sido beneficiosos para los pobres que dicen defender.
Llegará algún día una justa distribución de las riquezas. Es difícil,
pero es una de las esperanzas que no marchita. Un régimen donde haya
igualdad, fraternidad y solidaridad. Oh, recuerdo que ese fue el lema de la
revolución francesa, y nunca se cumplió….
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