Narciso Isa Conde (Oponión) |
Al llegar a
los cincuenta años de fundadas las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas
FARC -convertida en Ejercitó del Pueblo bajo la coordinación del camarada
Manuel Marulanda, a quien siempre admiré y valoré como uno de los luchadores y
coordinadores revolucionarios más firme, persistente, sagaz,
inteligente y abnegado de las insurgencias- se nos presenta con nuevos
emplazamientos la necesidad de volver sobre el debate de las formas de
lucha, las fuerzas conductoras y los caminos de la revolución en nuestra
América.
La guerra sucia contra el pueblo colombiano se inició
a raíz del asesinato de Gaitán a raíz del Bogotazo en el año 1948, desatada a
continuación la gran y prolongada matanza a cargo de las fuerzas conservadoras
tuteladas por la oligarquía colombiana.
A la luz de lo acontecido durante esta larga,
accidentada y heroica existencia de las FARC, me luce extremadamente
inconsistente -aun en el contexto de los actuales diálogos en busca de una
salida política al conflicto social armado- negar la validez
histórica de la lucha armada en la Colombia actual, en la Colombia que ha
devenido en una plataforma de bases militares estadounidenses y en teatro de
crueles operaciones militares y paramilitares.
Pero como esa inconsistencia se expresa desde una
visión política-ideológica, que apelando a ciertas razones aparentes y
superficiales, exhorta a descartar totalmente a escala continental la
insurgencia popular, es preciso que nos esforcemos por valorar no simplemente
el significado de las victorias electorales progresistas o de izquierda y la
importancia de los procesos de reformas avanzadas que tienen lugar en una serie
de países del continente, sino también -y sobre todo- los complejos caminos de
la revolución en nuestra América; necesariamente conformados por las más
variadas indignaciones y rebeldías, imposibilitada de ser excluida de ellas,
por la esencia violenta y destructiva del presente capitalismo senil, altamente
militarizado, el poder armado del pueblo como medio de acción y/o disuasión.
Y las FARC-EP son una obligada referencia en este
importante debate.
Los caminos
Esta reflexión resulta más pertinente en la medida
existe una lectura interesada, unilateral y reduccionista de los procesos de
cambio que se desarrollan en la región, la que procura descartar
todo lo que no sea el acceso al gobierno por elecciones y alienta reeditar el
viejo dilema Vía Armada vs. Vía Pacífica o Violencia
vs. Elecciones, potenciando así el simplismo aquel que tanto
contribuyó a la división de las izquierdas en los años 60 y 70 del pasado siglo
XX.
No se trata de eso. La realidad actual es mucho más
rica y compleja que esa supuesta disyuntiva.
Las propias FARC-EP, en su proceso de
desarrollo han evolucionado como un ejército guerrillero con milicias populares
adicionales; se han constituido no solo como un ejército del pueblo, sino también
como un partido comunista clandestino, como un movimiento político, social y
cultural marxista-bolivariano, como una potente organización articuladora de un
gran abanico de fuerzas transformadoras dispuestas a combatir en diversos
escenarios; como un componente fundamental de un movimiento por la paz con
justicia, soberanía y dignidad humana; como una especie de contra-poder popular
abanderado de un pliego de demandas democratizadoras, articuladas a la
propuesta de poder constituyente y orientada a la refundación del Estado
colombiano.
No hay tabúes ni exclusiones de métodos.
No se reniega ni de las armas ni de los votos.
Todas las formas y modalidades de lucha tiene su
validez y oportunidad, y todas admiten combinaciones, cada una en sus
tiempos.
Las FARC han dado un gran aporte para superar visiones
unilaterales, accionando ahora en el corazón de unos de los procesos con
dinamismo ascendente y en el contexto de una oleada popular continental
sensiblemente afectada en el presente por el impacto variado de concepciones
reformistas al interior de las nuevas y viejas izquierdas gobernantes.
· Nuevas reflexiones sobre la revolución
necesaria.
En nuestro caso -y en el de no pocos/a
revolucionarios/as de estos tiempos- las experiencias vividas y los
intensos debates realizados a lo largo de las últimas décadas, (a consecuencia
de los importantes acontecimientos registrados en este periodo),nos ha
permitido desarrollar una visión cada vez más integral, abarcadora y profunda
del acontecer continental y sus perspectivas; tomando siempre como eje
irrenunciable la necesidad de la revolución, en tanto cambio radical en la
hegemonía de clase, de género, ideológica, cultural… en tanto cambio
de los sujetos sociales en materia de poder en la sociedad civil popular y
también en el poder estatal; en tanto respuesta a una crisis insoluble, ya
crónica, dentro del capitalismo y la dominación imperialista.
Y pienso que las FARC-EP no han estado ausentes
de esas transformaciones en el modo de reflexionar, crecer, actuar y procurar
una línea de acción y de acumulación integral y multifacética.
En sentido general, en no pocos escenarios nacionales
del continente y del mundo, así se ha venido abordando este tema crucial en una
parte de las izquierdas y sujetos transformadores, especialmente en cuanto a
las modalidades de lucha y a la construcción de fuerzas y propuestas, a la
acumulación político-militar y cultural, a la ruptura del monopolio militar
impuesto desde el poder establecido en decadencia, a las transiciones
revolucionarias y a las búsquedas de puntos de no retorno al pasado.
Igual respecto al nuevo poder en torno al vínculo
Estado y sociedad, a las formas de propiedad, a las relaciones del
Estado, partidos y movimientos sociales; y a las raíces
culturales propias de los diferentes procesos.
También esta reelaboración toca al sistema
jurídico-político, a la participación y las decisiones democráticas, a la
institucionalidad, a las bases constitucionales del sistema y al proyecto
estratégico de la sociedad sin Estado, siempre
vinculado al proyecto de patria grande liberada y revolución mundial.
De esta nueva manera de pensar se deriva que no es lo
mismo vía de la revolución y vía de la toma del poder
central del Estado, ni tampoco que es igual hablar de vía de la revolución
o de vía de la toma del poder que de las vías de aproximación a
esos objetivos.
Y dentro de esta lógica ha estado muy presente la idea
de que el poder del pueblo no simplemente se toma, sino que se crea, se
construye en todos los órdenes, se desarrolla paralelamente al existente como
contra-poder; y también se toma cuando se trata de reemplazar el viejo aparato
estatal con la participación y decisión del pueblo; concebida fundamentalmente
ese poder en estrecha relación con todos los pilares de la dominación,
concebido como liberación y contra-hegemonía, autoridad bien ganada, influencia
político-cultural decisiva en el tejido social y en las nuevas instituciones;
como proyecto transformador de la sociedad y como poder popular.
Esto es, como transición a una sociedad basada en la
asociación o comunidad de seres humanos absolutamente libres, lo que exige la
extinción progresiva del Estado.
· Experiencias que han estado presente en esta
reflexión.
La determinación de las FARC-EP de no dejar de ser lo
que ha sido y, por el contrario, superarse dialécticamente con la misma
esencia, tiene un valor comparativo muy trascendente al interior del proceso
continental.
La historia reciente y el presente latino-caribeño nos
ayudan mucho en esta necesaria reflexión vinculada a la práctica
revolucionaria.
En los años 70, en una fase de predominio de procesos
violentos, Salvador Allende y la Unidad Popular lograron acceder al gobierno
por la “vía pacífica”, a través de un proceso electoral.
No se trató, claro estaba, de un nuevo poder. Solo se
alcanzó el gobierno.
Lo fallido en ese caso no fue alcanzar esa victoria
electoral, sino la posterior incapacidad para defenderla y avanzar a
consecuencia de una visión constitucionalista-reformista; la incapacidad
política y militar para responder a la violencia y al poder militar de los
enemigos de ese proceso. Las limitaciones para producir el paso de ser gobierno
al poder real del pueblo.
Desafíos similares, en mejores condiciones y en
contextos institucionales más avanzados, se le pueden presentar –y casos
específicos se le están presentando- a procesos actuales como el venezolano,
boliviano y el ecuatoriano si no optan por mediatizarse y se deciden por
profundizar las reformas en dirección a la revolución. Esa necesaria
profundización solo es posible a partir de una activa movilización popular y
una necesaria recreación de las vanguardias transformadoras, hoy casi
inexistentes, o desarticuladas, o dispersas.
No es lógico desde una óptica revolucionaria objetar
avances por vía electoral (muchas veces precedidos de fuertes confrontaciones
sociales), ni procede menospreciar cualquier otro triunfo electoral de carácter
progresista, avanzado, inspirado en el propósito de avanzar hacia un proceso
revolucionario.
Eso no es lo que está en cuestión.
Lo que se discute es si ese logro basta o no basta, si
se debe detener la marcha en ese contexto institucional, si se debe o no ir más
lejos, si en caso de pretender avanzar hacia un nuevo poder y hacia las
transformaciones estructurales, se deben o no ignorar las respuestas necesarias
a las consabidas resistencias violentas que eso entraña; si se debe o
no ceder frente a las reacciones de obstrucción, a las variadas reacciones de
violencia contra-revolucionarias o anti-reformas, a la desestabilización y
subversión reaccionaria, orquestada constantemente por una burguesía
imperialista mafiosa asociada al gran capital local de igual calaña.
Si de antemano se debe desistir de la contrapartida
revolucionaria y de la respuesta también violenta desde el pueblo ante esas
obstrucciones reaccionarias.
Si se debe proceder de manera tal que el monopolio de
las armas sea eternamente de las derechas y del imperialismo.
Lo que se cuestiona es si hay que declarar
definitivamente clausurada la vía violenta, la guerra de guerrillas, las
insurrecciones populares armadas, los levantamientos cívico-militares, los
contragolpes revolucionarios, las guerras patrióticas contra los
invasores, las guerras de todo el pueblo, las guerras asimétricas…Más cuando
estamos frente un poder imperialista, burguesías y derechas políticas
caracterizadas por una vocación no precisamente pacifista, algo
totalmente ausente de la naturaleza violenta del sistema capitalista dominante,
potenciada en medio de su múlti-crisis y de su actual dinámica destructiva.
Lo que objetamos es que anticipadamente líderes que
actúan a nombre de las izquierdas en sus respectivos países y que ganan elecciones
con esas banderas, resignen (por los riesgos que conlleva) la
necesidad de cambios profundos y se limiten a paliar algunos males,
a hacer reformas más o menos importantes, o a contemporizar en vertientes
importantes de la dominación burguesa-imperialista, o a moverse parcial
y limitadamente con cierta independencia en la política exterior y a plegarse
en otros aspectos significativos; o, peor aun, a administrar y
moderar inteligentemente modelos neoliberales, o a intentar nuevos
modelos social-demócratas.
Lo que hay que debatir es si las izquierdas, después
de las recientes victorias electorales y sus ascensos a gobiernos -precedidas
algunas de ellas de grandes convulsiones sociales- deben limitarse a reformar
lo existente o deben proponerse reemprender el camino revolucionario.
Lo que se impone es discutir el carácter de la
presente crisis capitalista. Si el poderío militar y mediático del imperialismo
nos obliga a la moderación o si su crisis irresoluble nos brinda la oportunidad
de hacer revolución.
En el actual proceso de cambios a nivel continental
nos encontramos con actitudes diferenciadas entre sus protagonistas en cuanto a
ese dilema.
La profundidad de las reformas es diferente en Ecuador
y Bolivia, por ejemplo, a las que se dan en Brasil, Uruguay y El Salvador. La
distancia es mayor respecto a Chile o Argentina.
La experiencia del proceso hacia la revolución en
Venezuela es diferente en su origen, como lo fue en mayor grado el camino
cubano y el mismo nicaragüense en su primera etapa.
La masacre militar a raíz del “Caracazo”,
rompió en Venezuela la quietud del dominio de la partidocracia, de la burguesía
parasitaria, de las transnacionales y del imperialismo estadounidense, y generó
como contrapartida del levantamiento militar del MRB-200 encabezado por Chávez.
Se trató de una especie de insurrección militar
impactante. Un acto de rebeldía armada, nada pacífico(aunque poco sangriento),
que posibilitó una original acumulación de poder militar, garantía posterior de
todas las victorias (electorales y no electorales) y transformaciones en paz;
paz precaria, amenazada, asechada, no solo por el golpismo violento, sino por
los procesos intervenciones gringos-colombianos camino a nuevas agresiones
militares.
Si vemos las revoluciones como procesos, ni tan
pacífico ha sido el proceso hacia ella que ha tenido lugar en la Venezuela
bolivariana de los últimos años. Su esencia, pese al peso de la vía
electoral después del levantamiento militar de principio de los 90, no es el
simple civilismo sino la alianza pueblo-fuerzas armadas.
Se trata, además, de un proceso inconcluso y todavía
cargado de las incertidumbres que pueden generar planes funestos del
imperialismo, peores que las sediciones anteriores y que el golpe derrotado,
como lo demuestran los acontecimientos recientes cargados de violentas
guarimbas.
Un proceso afectado también por el peso del reformismo
a nombre de la revolución y el peso del rentismo petrolero y la cultura
consumista, mezclado con el capitalismo privado, a nombre del socialismo; aunque
con una significativa corriente anticapitalista a su interior y significativos
espacios de poder popular.
Un proceso constantemente amenazado por la violencia
contrarrevolucionaria imperialista y la reacción fascistoide interna, amenazado
por la penetración del para-militarismo colombiano y la intervención directa d
EEUU, tal y como lo revelan múltiples hechos a lo largo de los últimos años.
Revolución pacífica pero armada, decía Chávez.
Por lo que desde ella no es correcto negar “persé” la
pertinencia del uso de la contra-violencia armada y no armada desde el poder
popular-comunal.
Esto sobre todo a la luz del recrudecimiento de la
violencia contrarrevolucionaria y del persistente plan desestabilizador,
impregnado del despliegue de fuertes componentes fascistas, imperialistas
y paracos, puestos en marcha en Venezuela, apuntando también contra el avance
de los diálogos de paz en Colombia.
No parece acertado abordar ese plan desestabilizador
recurriendo en gran medida a las concesiones al gran capital privado y a las
derechas, es decir, con dando pasos muy alejadas del contenido esencial de
Golpe de Timón y del Plan de la Patria propuesto por Chávez; contrarias, en
fin, a la profundización del proceso y marcadas por la idea de pervivir o
sobrevivir retrocediendo. Eso lejos de desalentar envalentona a sus
protagonistas, que van logrando parte de sus objetivos combinando violencia y
negociación.
Cuba tuvo que hacer dos años de revolución armada para
vivir 50 años de paz, independencia y conquistas sociales trascendentes, pero
nunca desistió de volver a la vía armada frente a la posible ejecución de los
designios violentos de la contrarrevolución imperial. Por el contrario, su
determinación en ese aspecto llegó al punto de darle cuerpo, como medio de
autodefensa de masas, a la tesis de la guerra de todo el pueblo de inspiración
vietnamita, sin dejar de poner sus cohetes de cara a la Florida.
Y por eso la Cuba revolucionaria no pudo ser
derribada, vigente todavía la continuidad ascendente de su proceso -sensiblemente
degradado a lo largo de varias décadas por el estatismo-burocrático- solo si al
tiempo de preservar esa firmeza defensiva surgen factores capaces de reactivar
la posibilidad de un relevo generacional, un viraje antiburocrático y
socializante de lo estatal, y un nevo modelo de orientación socialista más
participativo y eficiente; perspectiva que lamentablemente se está quedando
atrás por la marcada preeminencia del “camino chino”, reforzado ahora
por la ley de inversión extranjera, que facilita la restauración pacífica (¿???) del
capitalismo desde un estatismo burocrático abierto a la impronta actual de la
burguesía transnacional.
· Colombia, el valor de la insurgencia y los cincuenta
años de FARC.
En Colombia existe una especie de engendro macabro en
términos de Estado y de poder. Es, seguido del modelo represivo y fascistoide
hondureño, la nota más discordante a escala continental.
Un Estado narco-paramilitar, terrorista, feroz.
Una dominación violenta, corrupta, asquerosa,
criminal, en todos planos y vertientes, como la caracterizaron el comandante
Marulanda, los líderes de las FARC y el ELN, y todos/as los/as dirigentes e
intelectuales revolucionarios de ese país.
Un país con grados elevados de presencia militar
estadounidense (siete bases militares) y arrastrado a jugar un papel puntero en
los planes de agresión estadounidenses y de conquista militar de la Amazonía;
así como en los programas contrarrevolucionarios contra Venezuela y Ecuador.
No hay que repetir aquí los datos que prueban su
vocación persistente por el genocidio y las masacres. Esto dura ya 60 años y
cada día ese poder se torna más violento y empobrecedor, más excluyente y
saqueador. La era neoliberal y el poder de los halcones ha potenciado todo esto
en el peor de los sentidos. Esto incluso ha cruzado los periodos de diálogos de
paz y ha gravitado para abortarlos.
Cruza incluso el actual esfuerzo hacia la salida
política -presente en la agenda de la Mesa de Diálogo de la Habana, traspasada
felizmente al debate nacional- basado en un inmenso de deseo popular de paz, en
la renovación de las convicciones colectivas a favor de una salida política a
un conflicto social armado sin desenlace militar a la vista, y lo amenaza pese
a estos tener mejor base de sustentación que los diálogos anteriores y haber
logrado mayores avances.
Esos diálogos están también fundamentalmente
amenazados por la raigambre de la violencia y el guerrerismo en Colombia y por
la naturaleza del imperialismo y de su propia crisis.
La insurgencia, las FARC y el ELN, los movimientos
sociales radicales, han sido una necesaria contrapartida; independientemente de
cualquier error cometido en su largo y heroico batallar. Lejos de ser matriz de
la violencia han sido esencialmente insurgencia por la paz y por la vida
Ese mérito estará definitivamente vinculado a la
historia, al pensamiento y al accionar de esa leyenda viva y trascendente que
el pueblo humilde bautizó cariñosamente con el sobrenombre de “Tiro Fijo”.
Se trata, por demás, de un importantísimo acumulado
político-militar, no solo para enfrentar lo que está cruel realidad ha deparado
y puede deparar, sino además como garantía para construir una paz sólida,
erradicando las causas estructurales de la confrontación violenta.
Sugerirle a las FARC-EP que se desmovilice y acceda a
la vida pública y legal en el contexto de un Estado con las características
descritas y en una situación como la existente en Colombia y en el
mundo, es como pedirle que lo arriesgue todo y se exponga al exterminio;
equivale a solicitarle que liquide de sopetón al patrimonio político-militar y
el contrapoder integral construido en décadas de sacrificios y pase a ser
víctima de segura de retaliaciones sin posibilidad de responder.
Aceptar ahora esa sugerencia envenenada, o decidirla
por cuenta propia en cualquier otra oportunidad, es sencillamente
suicida; porque sería un paso hacia un abismo mortal y una forma de
liquidar la opción de paz duradera, vinculada indisolublemente a la justicia
social y a la soberanía nacional.
Esto implicaría disolver a cambio de nada, o de muy
poco, el único ejército popular, irregular antiimperialista, pro-socialista,
existente en Colombia y en esa sub-región.
Y digo el único, porque esa misma valoración es
válida también para el ELN, que es aunque diferenciado y en menor escala, es el
otro componente de ese ejército y de la contrapartida popular-militar
insurgente colombiana, que junto al torrente político-social civil generado por
ambas fuerzas y por innumerables movimientos transformadores gestados antes y
durante los actuales diálogos de paz, han sido potenciados por la firmeza, por
la profundidad propositiva y la apertura hacia la sociedad colombiana exhibida
por las FARC-EP en esta nueva y difícil oportunidad para abrirle cauces a la
paz; sin que se hayan conjurado los riesgos de recrudecimiento de la guerra por
decisión del poder transnacional y local que históricamente la han sustentado y
ahora vuelve a negarse a un cese al fuego.
La opción de paz depende de la preservación y
ampliación de ese acumulado político- militar logrado por esa extraordinaria
capacidad de resistencia exhibida a lo largo de los últimos 50 años, superando
reveses, desmintiendo vaticinios agoreros, recuperándose de los golpes
recibidos, venciendo estigmatizaciones perversas, creciendo en calidad y
cantidad más allá de las declinaciones temporales, forzando a su reconocimiento
como fuerza beligerante, combinando firmeza estratégica y flexibilidad táctica,
renovando y enriqueciendo su pensamiento teórico-político sin embotar el filo
revolucionario ni renunciar al proyecto emancipatorio socialista-comunista.
La opción de paz en un contexto de reformas sociales,
políticas y económicas –no de revolución y socialismo en lo inmediato- contiene
en su despliegue un eventual riesgo de embotar el filo revolucionario de la
contra-parte anti-sistema, anticapitalista.
Cuando se consuman los acuerdos –algo no fácil en este
nuevo caso- el uso de la legalidad y la incursión en los espacios
institucionales por una fuerza marxista revolucionaria, con grandes
posibilidades de convertirse en una gran fuerza electoral, casi siempre emplaza
desde las corrientes contradictorias que es capaz de generar, o a un proceso
paulatino de integración al sistema reformado, o a emplear lo acumulado para
dinamizar las reformas en dirección a las transformaciones revolucionarias de
orientación socialista; incluida la asunción de nuevas y originales rupturas de
la institucionalidad y del dominio del gran capital, desarrollando sin
contemplaciones un potente contra-poder popular dinamitador del sistema
dominante.
Ese proceso es complejo y contradictorio. El sistema
tiene una gran capacidad contaminante e influye de múltiples maneras sobre sus
contrarios. El enemigo no solo nos hace la guerra con balas, bombas
y artefactos militares. Tiene infinita facetas influyentes y una buena parte de
las más sutiles tienen que ver con lo político-electoral, con las llamadas
cuotas de poder, la cultura dominante y la nueva realidad material influyente.
Los ejemplos mundiales sobran y los casos de
metamorfosis políticas negativas de fuerzas revolucionarias en los periodos
post-paz negociadas abundan en nuestra América. Se que las FARC-EP y el ELN
tienen muy presente esas lecciones negativas.
Ojala que esa enorme fuerza transformadora colombiana,
que incluye en forma relevante a las FARC-EP, pero no solo, sea preservada y
potenciada en todas sus vertientes y contenidos, cual que sea el resultado
final de los nuevos diálogos de paz. Es mi deseo en ocasión de esta boda de oro
y dignidad de las FARC, sobretodo porque aprecio que en Colombia está presente
todavía uno de los pocos procesos dinámicos ascendente con energías, firmeza y
conducción revolucionarias.
· ¿Declinación de la ola transformadora continental?
En la diversidad que conforma esta cuarta oleada de
cambios continentales, el enorme déficit de viejas y nuevas vanguardias
revolucionarias, ha influido para asentar el reformismo en la
conducción de esos procesos, incluyendo en aquellos con significativa
independencia del imperialismo y no tutelados por burguesías y partidocracias
tradicionales.
En el contexto de la dialéctica reforma y revolución,
la reforma está predominando; aunque la contra-reforma no haya vencido a la
reforma, ni se haya impuesto totalmente la contra-revolución.
El surgimiento de corrientes neofascistas, en algunos
casos, ha operado potenciando el reformismo en actores políticos de primer
orden de procesos de cambios sensiblemente debilitados.
Eso se ha producido en detrimento de la revolución,
determinando estancamientos y retrocesos; sin que todavía la dinámica rebelde
de las bases populares esté totalmente agotada, ni en esos escenarios, ni en
aquellos bajo control total de la burguesía transnacional y local,
hegemonizados políticamente por las derechas. Y sin que las causas que
potencian la multi-crisis crónica del capitalismo hayan sido conjuradas.
Todo lo contrario. La última palabra no se ha dicho y
es poco probable que pueda pronunciarse por el momento.
La declinación está en marcha, pero no es fatal. Ella
afecta el nuevo momento colombiano, pero éste a su vez podría inyectarle nuevas
energías a la ola ya menguada, como también podrían hacerlo otros procesos en
gestación. Depende del proceder de las vanguardias allí y más allá.
La responsabilidad de esas fuerzas en gestación y de
todos los factores revolucionarios anti-capitalistas continentales y mundiales,
lejos de reducirse, se ha incrementado como nunca antes en la historia de la
humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario