A Pleno Sol
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Manuel Hernández Villeta (Opinión) |
Las
estadísticas judiciales y policiales causan dolor y asombro. La casi totalidad
de los participantes en delitos tienen edades entre 16 y 25 años. La juventud
dominicana se encuentra al borde del precipicio, sin hilo de salvación a la
mano.
Si se hace
una estadística geográfica de donde provienen esos muchachos, se podrá
observar que también casi en su totalidad son residentes en barriadas
marginadas. La juventud y la marginalidad relucen como la punta de lanza del
crimen.
La solución
in-situ no puede ser salir con un fusil a las calles y matar a todo el que
tenga cara de delincuente. Pero se tienen que encontrar soluciones, tanto
para los que son víctimas de la delincuencia, como para sus soldados, que
asimismo son victimas de la incierta situación social.
Nunca se
puede justificar el crimen ni la violencia ejercida por una persona
contra otra. Un joven, un adulto, si comete un delito, debe y tiene que ser
sancionado de acuerdo al margen de violación a las leyes, y el daño
infligido.
Pero la
primera víctima de la sangre derramada es el sicario protagonista. Cuando la
juventud entre los 16 y los 25 años está apegada a robar y matar, y no a
estudiar y a trabajar, se deben buscar soluciones colectivas.
Las medidas
de prevención son para evitar que los jóvenes caigan en el crimen. Para ello
hay que mejorar los niveles de vida de los grupos poblacionales de alto riesgo,
que son sobre todo los marginados.
Los
elementos básicos son el pan, la comida diaria, la facilidad de un trabajo,
conjuntamente con los estudios. Si un joven llega analfabeto a la
etapa adulta, la miseria extrema lo va a golpear y solo le quedará el camino de
buscar una salida fácil que son las drogas o la prostitución.
El
intercambio de disparos puede ser una solución cuando se trata de delincuentes
corrompidos y que enfrentan a las autoridades. Pero hay que pensar
antes de que se cometa la primera infracción, en la prevención, que al parecer
a nadie le importa.
Los
planteamientos de ciudad segura que se hacen están condenados al fracaso, si
solo toman en cuenta la acción después de cometido el crimen. Es como si en los
hospitales se compraran cientos de millones de pesos en muletas para los niños
que serían afectados de poliomielitis, cuando lo ideal es destinar ese dinero
en vacunarlos, y así erradicar la enfermedad.
Los
encargados de la lucha contra el crimen deben reflexionar: hay que salir en una
mano con el pan con salchichón y en la otra el gatillo sobao. Sin prevención
social, nunca se acabará la violencia callejera.
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