Opinión |
Lula da Silva, expresidente brasileño que probó al mundo que la miseria no es un castigo de la divina providencia y que es posible eliminar la exclusión social, al sacar de la pobreza a más de treinta millones de personas en apenas ocho años de gobierno y sin haber realizado una revolución armada, se encuentra prisionero “condenado” en segunda instancia bajo el alegato de que ha cometido actos “indeterminados” de corrupción, lo que equivale a decir sin ninguna prueba en su contra.
La decisión del Partido de los Trabajadores (PT), y otras fuerzas políticas de escogerlo como candidato e inscribir su candidatura presidencial ante el Tribunal Superior Electoral, plantea un dilema a la clase política dominante de ese país, así como a sus socios de la oligarquía nacional y a sus mentores internacionales. El dilema es simple: De validar su candidatura estarían aceptando las denuncias de la oposición en el sentido de que las acusaciones contra Lula son de carácter político y si la rechazan estarán cerrando la vía democrática para la toma de decisiones lo que conducirá a ese país por al camino del caos político y la inestabilidad económica donde todos perderían.
La justicia brasileña tendrá que hilar muy fino para adoptar una decisión que evite meter a Brasil en una situación de consecuencias imprevisibles.
Las fuerzas que sostienen a Lula, hasta ahora han apelado a la funcionabilidad del sistema de justicia, respetando sus decisiones y acogiéndose a los plazos, pero nadie asegura que ante la imprudencia de una decisión que deje a su líder fuera, se reviente el dique que contiene las masas desposeídas y desesperadas ante el derrotero que lleva esa nación.
Una buena opción es entender que Lula es el único catalizador de esperanza que tiene Brasil en este momento para retornar por al camino del crecimiento económico desaparecido a raíz de las desacertadas políticas económicas y sociales impuestas por del presidente golpista Michel Temer y su equipo de gobierno. Cuando a un pueblo se le acorrala matándole las esperanzas de salir a buen camino, no le dejan de otra que sea el de la rebelión.
Lula en su más reciente carta dirigida a los brasileños y que fuera leída por Fernando Haddad, su candidato vicepresidencial ante más de cincuenta mil personas que se congregaron para acompañar a la presidenta del PT, Gleisi Hoffmann en la inscripción por ante el TSE de su candidatura, dejó claro que “no está pidiendo un favor al reclamar su derecho a la liberta y a participar en el proceso electoral y mucho menos está planteando cambiar su dignidad por su libertad”, lanzando de paso un claro desafió para que el Juez Sergio Moro u otro cualquiera presente una sola prueba en su contra, pues es inaceptable la condena por “actos indeterminados de corrupción”.
Como está la situación en Brasil ocurrirá una de dos cosas: Lula será puesto en libertad por falta de pruebas en su contra o ganará las elecciones desde la celda en Curitiba desde donde saldrá a tomar posición como presidente de la República Brasileña por tercera ocasión. Y es que Lula tiene la templanza que solo otorga la dignidad de quien tiene la razón, cosa de las que sus adversarios carecen.
El autor es docente universitario y dirigente del PTD.
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