Por Manuel Hernández Villeta/ A Pleno Sol
Opinión |
Una ley de partidos no garantiza el florecimiento
de la democracia en la República Dominicana. Por el contrario, podría servir
para crear barreras que impidan que grupos representativos puedan llegar a
posiciones congresuales o municipales.
La ley de partidos solo tiene importancia, para los
que siempre han querido narigonear a los grupos políticos, al tiempo que en
forma hipócrita consideran que participar en las actividades políticas es
descender al foso de una letrina.
Los autotitulados representantes de la sociedad
civil carecen de verdadera representación, y su voz aflautada siempre ha
tratado de dirigir los destinos nacionales sin entrar de lleno al redondel
político, sino jalando por las narices a lo que entran de lleno en el debate
electoral.
La ley de partido únicamente serviría para cercenar
la voz de las minorías, que sumadas es la gran mayoría. Ya han logrado una de sus
metas fundamentales que era el bi-partidismo, pero los
acontecimientos se les van de las manos cuando lo que surge es el partido
único. La ley actual regula bien en claro cuáles son los requisitos para el
accionar de un partido o de un movimiento político o comunitario. Más leyes, es
para satisfacer egos de los que nada construyen en beneficio de la democracia.
Lo que se tiene que cumplir sin miramientos
son las leyes y disposiciones vigentes en torno al accionar político, teniendo
como punto inicial a la Junta Central Electoral y las Cortes, valga decir el
Tribunal Constitucional y el Tribunal Electoral.
Lo que no se perdonan los mal llamados
representantes de la sociedad civil es que haya desaparecido el rol del
mediador, de la voz suprema a que se tenía que acudir en caso de conflictos, debido
a que su presencia no es necesaria si se cuenta con las cortes superiores.
En todo caso y pese a sus imperfecciones, yo
prefiero las Cortes, antes del rol de un mediador por encima del bien y del
mal, actuando como un Júpiter tronante, imponiendo decisiones en muchas
ocasiones alejadas del sentimiento popular.
Si no se cumplen las leyes electorales actuales,
mucho menos se respetará una ley de partidos. Los reglamentos no pasan del
papel, cuando se carece de fuerza moral que pueda hacerlos cumplir. La sociedad
civil es culpable de las bellaquerías de los grupos políticos dominicanos,
porque jugó con ellos a dirigir el Estado moviendo hilos tras bambalinas, como
una mano oculta y siniestra de un ajedrez agitado tras las sombras.
El orden, el respeto y la moral política tienen que
surgir con el respeto a las leyes, los reglamentos, y la voluntad del
pueblo votante. Querer nuevas leyes para satisfacer ambiciones políticas de los
que buscan ser manejadores de entuertos sin dar la cara, es inaceptable.
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