Caos y dictadura






Manuel Hernández Villeta (opinión)
La democracia no pasa de ser un anhelo del sector pensante de la sociedad. Los que se visten de principales abanderados de la democracia, en ocasiones son sus principales verdugos.

En pocos países se puede ver florecer el árbol de la democracia. Más bien es una palabra maldita –como dirían los poetas irreverentes-, que no pasa de ser una grafía en cualquier libro de derecho constitucional.
La democracia tiene que ofrecer libertad, entregar  pan,  educación, y por desgracia en la mayoría de los países del tercer mundo, la globalización de las riquezas condicionan el disfrute de la libertad, la educación va para privilegiados y el pan, no está en todas las mesas.

El héroe-mártir que acuñó la frase de que el gobierno debe ser para el pueblo, con el pueblo, y para disfrute del pueblo, comprobó con su sangre que se distaba mucho de convertir en realidad esa aspiración de todos los seres humanos.

Fue en la década del 60 cuando por fin se firmaron leyes contra la segregación racial en los Estados Unidos, la cual todavía persiste con el cierre de una libertad plena a los llamados grupos minoritarios.

En la República Dominicana, desde el nacimiento institucional, la democracia no ha sido más que una frase que sirvió a unos para luchar, y a otros para pisotearla. Antes del año de la proclamación de la Independencia, Pedro Santana estaba en el poder, había asesinado o deportado a los Trinitarios, escribió una Constitución con la punta de su sable  y se aprestaba a entregar la naciente República a España.

Pero en la Restauración, al salir los españoles derrotados por las armas quisqueyanas, la República Dominicana vivió el terremoto de guerras civiles intestinas, donde se fusiló a un presidente, Pepillo Salcedo, se dieron golpes de Estado, Gregorio Luperón tuvo que salir al exilio y empuñar posteriormente las armas, y surgió la dictadura entreguista con Buenaventura Báez.

Si el patriotismo del 27 de Febrero llevaba en sus colaterales el germen de la traición y el despotismo con Pedro Santana y sus hateros, la Restauración tenía inoculado el virus del entreguismo, con Buenaventura Báez, y la futura dictadura sangrienta de Lilis,  el hijo político de Gregorio Luperón.

Hoy, que vamos trillando el camino hacia la democracia, no es el momento de echar un cubo de excremento a los deseos y esfuerzos del país de vivir en un ambiente de libertades públicas e institucionalidad.

Cada dominicano debe ser un guardián para que los errores históricos que impidieron el florecimiento de la democracia, no surjan de nuevo. Cuando se mancilla la convivencia pacífica, solo queda el caos y la dictadura.

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