Rafael Peralta Romero
rafaelperaltar@gmail.com
Opinión |
Cuando
se reunía el Congreso Constituyente para elaborar y proclamar la primera Constitución política dominicana,
el 6 de noviembre de 1844, ya rondaba la perturbación. Los vientos fétidos
procedían del Poder Ejecutivo, encarnado en el general Pedro Santana. La
comisión que elaboró el proyecto había sugerido la forma de gobierno civil.
La
preferencia de Santana era el tipo de gobierno militar. La comisión había
rendido su informe el 22 de octubre y en uno de sus párrafos expresaba: “La
Comisión, cumpliendo con el voto unánime de los pueblos, ha llenado
completamente su mandato sagrado, y el primer
artículo del proyecto es un manifiesto de guerra a los tiranos”.
El
presidente Santana se presentó al local donde sesionaban los diputados
constituyentes con un escuadrón de caballería. Ante el fracaso de su primera
intención, llevó consigo un breve escrito, redactado por Tomás Bobadilla, para
agregarlo al texto constitucional. En poco tiempo se convertiría en el insano
artículo 210. Lo cito:
“Durante
la guerra actual y mientras no esté firmada la paz, el presidente de la
República puede libremente organizar el ejército y armada, movilizar las
guardias nacionales, y tomar todas las medidas que crea oportunas para la
defensa y seguridad de la Nación; pudiendo en consecuencia, dar todas las órdenes, providencias y decretos
que convengan, sin estar sujeto a responsabilidad alguna”.
Hace
unos días, el Gobierno convirtió el
entorno del Congreso Nacional en un campo de guerra. Quienes poco sabemos de
táctica y estrategia no entendemos el beneficio
de este atropello. Dado que los propulsores de la repostulación del presidente
aseguran tener los votos necesarios para arreglarle la Constitución.
La
democracia se fundamenta en el debate, la disensión, y cada cual aceptará el
resultado cuando el asunto se someta a libre votación. La perturbación se presenta cuando alguno de los actores
envueltos en el debate realmente no cree en la democracia, sino que se vale de
esta para el logro de sus fines y
conveniencias.
En
los años setenta, cuando el presidente Medina era estudiante de la UASD, un
grupo estudiantil, apéndice de un partido prochino, solía esgrimir la consigna:
”El poder nace del fusil y el partido dirige el fusil”. Dicen que Medina
militaba en ese grupo. Lo ocurrido esta semana prácticamente en la sede del
Legislativo refiere a esa concepción.
El
totalitarismo de izquierda se junta con el de derecha. El presidente Pedro Santana,
1844, no podía saber de la línea de acción del Partido Comunista Chino, pero su
demostración de fuerzas contra los diputados constituyentes, evidencia su convicción de que el poder se fundamenta en las armas y no en la
fuerza de las ideas.
Medina
no es hatero ni comunista, pero coincide, en su íntima convicción, con los procederes de estos sectores
aparentemente antagónicos. Nuestro presidente es ducho en artificios políticos,
pero me parece –no sé de táctica ni de estrategia- que en algo se equivoca: la
reforma constitucional que él y su grupo apetecen no depende del fusil.
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