Neo Carmona
Opinión |
En ser la única y mejor opción para la superación
académica, económica, intelectual y social de los hijos del pueblo dominicano,
sobre todo de aquellos más desposeídos, radica, no sólo la importancia de
nuestra academia para el futuro del país y de quienes buscan en nuestras aulas
el pan de la enseñanza, sino también su compromiso y rol social como academia,
como universidad pública, abierta, popular y democrática; formadora de
profesionales críticos, competentes, altamente capacitados y con los valores
éticos y morales necesarios que le permitan ejercer con dignidad en sus
diferentes áreas de estudios al servicio de las mayorías.
Al hablar de la Universidad Autónoma de Santo Domingo
(UASD) no estamos hablando de cualquier universidad pública, por más inventos
de universidades a cargo del estado (no necesariamente públicas) que se hagan.
Estamos hablando de la institución que está llamada a ser la voz y la
conciencia nacional, ejemplo para el gobierno dominicano y sus demás
instituciones en cada uno de sus procesos y ejecutorias, siendo un estandarte
autentico de la dignidad nacional y defensa genuina de la democracia, la
justicia y un verdadero estado de derecho; del libre acceso a la educación
superior de calidad.
Ese es el papel fundamental de la UASD y que no
podremos cumplir jamás si en lugar de esto reflejemos los peores vicios que
corroen al gobierno y a la sociedad dominicana. ¡Con qué calidad moral podremos
exigir respeto para nuestra autonomía y ley de financiación si no somos capaces
de administrar sabiamente los recursos puestos en nuestras manos, produciendo
profesionales con el perfil y la preparación correcta que necesita el Estado y
el empresariado, creando las políticas públicas que rijan sus prácticas y
funcionamiento en beneficio de todos y de todas!
Esto no debe, en lo absoluto, justificar de ninguna
manera la irresponsabilidad gubernamental para con la educación y nuestra
institución. Lo que si debe es servir para llamar la atención de todos nosotros
pues para exigir hay que tener las condiciones y la obligación de la UASD es
ser ejemplo de la excelencia y la calidad.
De esto se desprende la necesidad de que en los
certámenes electorales, además de la necesaria depuración de los aspirantes a
dirigirnos, basados en perfiles académicos sólidos, excelente hoja de
servicios, cualidades éticas y moral incuestionable y, que sobre todo, la
necesidad de que prime el compromiso con la academia y no el contubernio
político, la amistad pura y simple y las ofertas de prebendas y canonjías en
detrimento del más mínimo sentido de responsabilidad.
Estamos en la obligación de demostrar a la sociedad y
al mundo que somos una academia que respeta sus propias normativas y que somos
capaces de ser críticos y autocríticos, ejemplo de respeto, dignidad y decoro.
El 20 de junio del 2018, aunque parezca exagerado,
podría ser la última oportunidad que tengamos para cambiar definitivamente,
para bien y para siempre, el actual estado de cosas que debe, cuando menos,
llenarnos de vergüenza. Si no propia, ajena.
Es evidente que la elección entre las diferentes
propuestas, no puede ser a la ligera.
El autor es estudiante y servidor universitario
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