Narciso Isa Conde (Opinión) |
Esto ha sido factura de la inteligencia
político-militar y los “tanques pensantes” gringos, israelíes, colombianos y
venezolanos, que han logrado potenciar ideas racistas, estimular el odio contra
la fuerzas del campo popular que estigmatizan como “chusma”, sin haber sido
debida y oportunamente contrarrestado.
Odio de una burguesía parasitaria, frenética
por reconquistar por cualquier medio la jugosa renta petrolera que el proceso de
cambios sociales le arrebató; odio contra la pobrecía negra mulata, samba e
indígena, que ese proceso reivindicó. Odio a Chávez y al chavismo que
políticamente la ha representado.
Rabia violenta que engarza con el descontento y
la incertidumbre que la guerra económica y mediática, promovida ellos mismos,
genera en los sectores populares e intermedios menos politizados o menos consientes
de la sociedad. Que engarzan también con el descontento que en el chavismo
popular han generado los propios errores y deformaciones del proceso
bolivariano.
Odio de un imperialismo senil (con Bush o con
Obama), guerrerista, destructivo, fascistoide… afectado por la peor crisis de
su historia, sediento de petróleo, litio, de uranio, oro, níquel,
aluminio, biodiversidad, territorios estratégicos. Incubado, generado,
inculcado y transmitido, con especial esmero, a nuevas generaciones formadas en
colegios y universidades propias y de sus aliados, y a través de sus poderosos
medios masivos y los de la gran burguesía local.
Las revoluciones deben construir amor, paz,
convivencia, concordia. Pero el fascismo no entiende de eso, no acepta
diálogos, distensión, acuerdos, no entiende de igualdad, justicia, hermandad y
abrazos.
Cualquier pacto pacificador el fascismo es
ilusorio; cualquier llamado a la concordia y a la paz, resulta tonto.
En Venezuela estamos frente a un choque
crucial, frente a un punto elevadísimo de la lucha de clase y de la
confrontación capital-trabajo, de las liberaciones y opresiones; un choque
inevitable –salvo en caso de rendición más o menos vergonzosa- en el que una de
las dos partes habrá de ser derrotada y otra habrá de imponerse.
En tales condiciones la victoria revolucionaria
frente al fascismo es impensable sin sacar a las huestes fascistas de los
territorios tomados, sin contrarrestar su insolencia, sin quitarle sus fuentes
materiales y comunicacionales, sin confiscarles sus capitales, empresas,
resortes y poderes que lo nutren, sin aplicarle todo el peso del poder
popular..
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