Cándida Figuerreo (Opinión) |
En estos días que restan del año 2013
la población dominicana se merece la purificación de su mente, de su espíritu y
de su entorno para contribuir a la armonía que debe privilegiar el momento a
modo de prueba personal a favor de la paz, de la alegría y la
pujanza por el bien colectivo.
Es el momento para dejar atrás tantos
hechos desagradables que de un modo u otro han empañado la cotidianidad al
provocar sobresaltos. Tras esa catarsis, lo propio es el cambio positivo que
depende de cada persona.
La población dominicana que es
alegre, positiva y trabajadora, usualmente para esta época del año gusta estar
reunida en familia y con amistades para compartir en paz el momento a la espera
de un año que apunta a ser mucho mejor que el que está a punto de esfumarse.
Terminar lo que resta del año con
eventos positivos y en armonía es un compromiso que cada quien debe hacer suyo.
Es fácil de lograrlo respetando el derecho del vecino y no haciendo a los demás
lo que no gustaría que le hicieran a usted.
El mundo no se acaba porque termine
este período docemesino. Por el contrario, se trata de una
nueva etapa que debemos recibir con entereza y renovación espiritual en el
sentido de ser mejor que antes y de trabajar por nuevas metas.
Muchas veces se piensa que la
alegría, la paz o el bienestar dependen de la
opulencia. Ni una cosa ni la otra. Nada es tan bueno que no tenga algo de malo,
ni tan malo que no tenga algo de bueno. Lo importante es el equilibrio, el uso
positivo que se da a lo que se tiene.
Por ejemplo, en Todocuento.net está
este antaño relato de La Camisa del Hombre Feliz, tan válido ayer como hoy en
un mundo donde los recursos multimillonarios no siempre permiten restaurar la
salud fruto de una enfermedad catastrófica.
El cuento alude que en un lejano
reino, el rey tenía una enfermedad cuya cura no encontraban. Ni el dinero ni
los mejores médicos pudieron hacer nada. Entonces mandaron a buscar la camisa
del hombre feliz, de quien pensaron debía ser el más poderoso.
Despacharon mensajeros en su
búsqueda. Éstos agotados en la faena se pararon a
descansar y descubrieron un ermitaño que vivía en una cueva en la ladera de una
montaña solitaria. Los visitantes le pidieron agua y el hombre le ofreció los
escasos comestibles que tenía
"-¿Cómo es posible que viva usted en estas condiciones tan
miserables y tan solitario? Preguntaron los
mensajeros. A lo que el hombre contestó: - Yo aquí vivo feliz, me conformo con
lo que tengo y no necesito nada más. Los emisarios vieron los cielos abiertos y
le dijeron:
- Por favor, nuestro rey está muy enfermo y solo usted lo puede curar.
¡déjenos su camisa! Pero ¡Oh sorpresa! ¡EL HOMBRE FELIZ NO TENÍA CAMISA!".
En fin, la felicidad no siempre la da
el dinero. No pocos han deseado ser felices, pero una enfermedad “incurable”
los agobia y desaparece. Otros no tienen nada y son felices. La vida debe
ser un contrapeso que permita la
felicitad y el disfrute de lo que se tiene sin llegar a extremos avariciosos.
La felicidad es una cualidad
que puede tener muchas raíces, pero si sabes a cuál te aferras no te caerás, un
símil a la flor de loto a la que atribuyen pureza espiritual.
Se puede ser feliz sin necesidad de
una catarsis navideña aunque no tengas camisa como el ermitaño, dejando atrás
toda perturbación para abrazarte a la alegría, a la paz que fortalece el
espíritu.
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