Politica, economía

domingo, diciembre 01, 2013

A veces, el anti haitianismo, es más fuerte que el odio



Por Octavio Estrella

Octavio Estrella (Opinión)
Hace algunos años, escuché a un eminente investigador social, uno de los mejores del país, expresar lo siguiente: “una parte de los dominicanos y dominicanas de las actuales generaciones, no está en condiciones de analizar de manera objetiva, desapasionada y sin fanatismos, nuestras relaciones con el pueblo haitiano y el problema migratorio”.


Basaba su afirmación en las profundas huellas, traumáticas, que dejó el tirano Rafael Leónidas Trujillo y su séquito de intelectuales, con Joaquín Balaguer incluido, en la conciencia nacional, a través de la más formidable campaña racista y anti haitiana, que abarcó desde el “blanqueamiento” de la frontera y otras zonas del país, hasta el famoso corte de 1937, que dejó como saldo el genocidio de miles de personas.


“El negro es comida de puerco”, “el haitiano no es gente”, “los haitianos se comen a los muchachitos dominicanos”, entre muchas otras, eran frases comunes que se escuchaban durante y después del trujillato, y que hoy, algunos de sus intelectuales sobrevivientes, y otros con menos edades, si bien no las pueden expresar públicamente, actúan guiados por esos odios y prejuicios.



El genocidio civil que se pretende aplicar siguiendo la sentencia del llamado “Tribunal Constitucional”, contra decenas de miles de dominicanos y dominicanas, descendientes de haitianos y haitianas, ha sido bendecido por dirigentes políticos irresponsables y simuladores, comunicadores y abogados carentes de sensibilidad social, funcionarios civiles envilecidos, en una abominable campaña mediática en la que ha participado hasta el zar de la Iglesia Católica, príncipe de la intolerancia, antítesis del Papa Francisco.


Los autores de esa campaña, que han logrado confundir a personas  de buena voluntad, recurren a los fantasmas de un supuesto plan  orquestado por los Estados Unidos, Francia, Canadá e Inglaterra, dizque para “unificar la isla”, del cual nadie jamás, en ningún escenario, ha podido presentar la más mínima prueba. 

No les tiembla la lengua para calificar de “antipatriota” a cualquiera que se atreva a disentir. Prefiero ese calificativo, antes que ocupar un lugar inferior en la escala de la calidad humana.


Algunos, aunque sean más negros que un caldero, son personajes  atormentados por el peso de su color y sus pretensiones blanquecinas, así como la defensa a ultranza de posiciones políticas y sociales  ultraconservadoras, en franca contradicción con sus orígenes. ¿Cómo afectan los complejos de inferioridad las conductas sociales y políticas?


La herencia trujillista anti haitiana, al igual que la herencia  hitleriana y fascista anti judía, es más fuerte que el odio; obnubila, fanatiza y embrutece; conduce a ignorar el principio de la no retroactividad de la ley y a realizar cabriolas mentales para fabricar argumentos espúreos y torpes; a ignorar la Constitución de la República cuando consagra la nacionalidad con una claridad que no deja ningún lugar a dudas, y a aplicar el término “ tránsito” a personas que nacieron en el país, y toda su vida vivieron aquí, comiendo sancocho y rezándole a la Virgen de la Altagracia, entre otras costumbres dominicanas.


Esa herencia de odio se pone en evidencia ante cualquier intento  del gobierno dominicano por humanizar la aplicación de la referida  sentencia; con la acusación contra dos de los más prestigiosos y sensatos periodistas del país solo por ejercer su derecho a disentir, y con los ataques contra el gobierno de Venezuela por haber mediado para buscar una salida humana al problema de la desnacionalización.


Pero las personas más sensatas del país saben que algún día prevalecerá la justicia, aunque tengamos que esperar que las fuerzas del odio sean derrotadas, porque aquel eminente investigador social, lamentablemente,  tiene razón.

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