Octavio Estrella (Opinión) |
Basaba su afirmación en las profundas huellas, traumáticas,
que dejó el tirano Rafael Leónidas Trujillo y su séquito de intelectuales, con
Joaquín Balaguer incluido, en la conciencia nacional, a través de la más
formidable campaña racista y anti haitiana, que abarcó desde el
“blanqueamiento” de la frontera y otras zonas del país, hasta el famoso corte
de 1937, que dejó como saldo el genocidio de miles de personas.
“El negro es comida de puerco”, “el haitiano no es gente”,
“los haitianos se comen a los muchachitos dominicanos”, entre muchas otras,
eran frases comunes que se escuchaban durante y después del trujillato, y que
hoy, algunos de sus intelectuales sobrevivientes, y otros con menos edades, si bien
no las pueden expresar públicamente, actúan guiados por esos odios y
prejuicios.
El genocidio civil que se pretende aplicar siguiendo la
sentencia del llamado “Tribunal Constitucional”, contra decenas de miles de dominicanos
y dominicanas, descendientes de haitianos y haitianas, ha sido bendecido por
dirigentes políticos irresponsables y simuladores, comunicadores y abogados
carentes de sensibilidad social, funcionarios civiles envilecidos, en una
abominable campaña mediática en la que ha participado hasta el zar de la Iglesia
Católica, príncipe de la intolerancia, antítesis del Papa Francisco.
Los autores de esa campaña, que han logrado confundir a
personas de buena voluntad, recurren a
los fantasmas de un supuesto plan orquestado
por los Estados Unidos, Francia, Canadá e Inglaterra, dizque para “unificar la
isla”, del cual nadie jamás, en ningún escenario, ha podido presentar la más
mínima prueba.
No les tiembla la lengua para calificar de “antipatriota” a
cualquiera que se atreva a disentir. Prefiero ese calificativo, antes que
ocupar un lugar inferior en la escala de la calidad humana.
Algunos, aunque sean más negros que un caldero, son
personajes atormentados por el peso de
su color y sus pretensiones blanquecinas, así como la defensa a ultranza de
posiciones políticas y sociales ultraconservadoras,
en franca contradicción con sus orígenes. ¿Cómo afectan los complejos de
inferioridad las conductas sociales y políticas?
La herencia trujillista anti haitiana, al igual que la
herencia hitleriana y fascista anti
judía, es más fuerte que el odio; obnubila, fanatiza y embrutece; conduce a
ignorar el principio de la no retroactividad de la ley y a realizar cabriolas
mentales para fabricar argumentos espúreos y torpes; a ignorar la Constitución
de la República cuando consagra la nacionalidad con una claridad que no deja
ningún lugar a dudas, y a aplicar el término “ tránsito” a personas que
nacieron en el país, y toda su vida vivieron aquí, comiendo sancocho y
rezándole a la Virgen de la Altagracia, entre otras costumbres dominicanas.
Esa herencia de odio se pone en evidencia ante cualquier
intento del gobierno dominicano por humanizar
la aplicación de la referida sentencia;
con la acusación contra dos de los más prestigiosos y sensatos periodistas del
país solo por ejercer su derecho a disentir, y con los ataques contra el
gobierno de Venezuela por haber mediado para buscar una salida humana al problema
de la desnacionalización.
Pero las personas más sensatas del país saben que algún día
prevalecerá la justicia, aunque tengamos que esperar que las fuerzas del odio
sean derrotadas, porque aquel eminente investigador social, lamentablemente, tiene razón.
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