Por: Juan Bentz
Juan Bentz (Opinión) |
Los dominicanos despertamos cada día en medio de una
pesadilla que no soñamos. Las crónicas de los noticieros nos aproximan a las
¨malas nuevas¨. Sucesos terroríficos, escalofriantes y monstruosos forman de la
cotidianidad; sin que, a nadie inmuten, a nadie perturben y cuyo interés, si para
alguien los tienen, es momentáneo y
personal. Nos prepararon para lo peor. La reiteración nos volvió insensibles y
anestesió la capacidad de reacción.
Un amigo me comentaba al respecto, que los dominicanos vivimos ¨un estado de
guerra civil no declarada´´. Conversamos
sobre las atrocidades más bestiales y desgarradoras igual que repasamos el juego de la noche anterior
entre Licey y Águilas. Perdimos la
capacidad de asombro y asumimos como propósito de vida salvar el pellejo. De
manera colectiva nos acostumbramos a la progresiva destrucción de la paz social.
La criminalidad ha calado más allá de lo imaginable, con niveles que se acercan
al paroxismo y cuyas acciones, amparadas en la impunidad, rebasan todos los límites.
¿Y dónde radica el origen o causas de tan aberrantes
relaciones sociales entre los dominicanos? Son múltiples y variables. Existen
razones históricas, de orden socio-económicas y de orden políticas. En primer
lugar es la clase política, aferrada al poder por el poder y cuya única meta
son las mieles del poder, la responsable directa. La falta de instituciones
fuertes y el devaneo político
generan este desorden mayúsculo, con un
saldo impresionante en vidas y
sufrimientos.
La criminalidad mantiene la población a merced, en un estado de indefensión
generalizado. Nada ni nadie está seguro,
miles de psicópatas pululan en las
calles del país y forman parte de todos los estamentos sociales. No hay
sentimiento, ni utilidad, ni valoración que no hayan sido ultrajados, vejados, trocados y mancillados por estos
desarraigados sociales. Como dijera Dumas, ¨el orgullo de quienes no pueden
edificar es destruir¨.
Miedo e impotencia caracterizan el pensamiento colectivo de la población.
Nadie se atreve a dar un paso en la dirección correcta por
temor a la soledad. El hampa lo sabe. El
crimen campea en sus fueros y no escatima métodos para lograr sus objetivos.
Para estos individuos, los resultados se obtienen ya, a cualquier precio. Y
mientras el hacha va y viene sangre inocente se derrama a raudales al tiempo
que los sistemas de seguridad y vigilancia son burlados.
Si nos acercamos un poco a las razones históricas para saber
por qué unos cuantos expresan tanto
desprecio por la vida y por el orden social establecido, no encontramos nada
mejor que un breve ensayo de Juan Bosch
sobre la ¨psicología de los dominicanos¨ en su libro Trujillo: Causas de una Tiranía sin Ejemplo,
editado en 1958.
Dice Bosch que ¨hay un
rasgo común a casi todos los dominicanos; la susceptibilidad. La mayoría de los
dominicanos, no importa de qué grupo social procedan, es susceptible en grado
enfermizo. Su susceptibilidad estimulada por el incidente más nimio, y casi
siempre provoca en quien la sufre accesos de agresividad que destruyen en un
momento nexos familiares, amistades estrechas, sentimiento de gratitud, y que
suelen ir desde el ataque a machete en
el campesino ignorante, hasta la propagación de la calumnia mas venenosa en el
graduado universitario. En muchos casos, la inclinación a la susceptibilidad
esta suplantada por un sentimiento parecido, e igualmente disociador, la
envidia¨.
Y como si estas reflexiones fueran escritas en las actuales
circunstancias, dice Bosch: ¨esto denuncia un perpetuo estado de insatisfacción
del alma, una enfermedad psicológica que vive envenenando el alma de cada persona,
y que estalla en crisis incontrolables a la menor provocación, sea esta
voluntaria o involuntaria. Ahora bien, para tal enfermedad del ser psíquico dominicano,
hay que buscar una explicación en cada grupo social´.
En el caso de las mayorías, Bosch precisa: ¨la gran masa del
pueblo tiene razones para ser así. Nadie se preocupo jamás por ella. Los
caudillos la llevaron a morir armas en mano, y ya en el poder gobernaron para
el estrecho círculo que dirigía la economía y la política del país…¨
¿No será que las elites dominantes no han dejado alternativa para que el pueblo
canalice sus aspiraciones, naturales, a
una mejor vida? ¿O será que no se ha predicado con el ejemplo y se reproducen
las peores de las copias? ¿O será
que la exclusión social patrocina el crimen al tiempo que lo
justifica? Puede que me quede corto,
pero si se puede afirmar que al pueblo dominicano lo han forjado débil,
descorazonado, rencoroso y cruel en
demasía.
Para muchos, tanto sufrimientos y fatalismo, en que se bate
el pueblo dominicano en la actualidad, son los daños colaterales del
proceso de multiplicación de capitales
producto de la globalización, la revolución informática y la post
modernidad. Ninguno de estos argumentos tiene asidero ni validez. Esta espiral
de violencia y criminalidad esta forjada
en el seno de la sociedad, motivada por grados de injusticias excesivos y amparada por una impunidad más allá de toda
explicación lógica.
Sin pretender justificar a malvados, perversos, desenfrenados y monstruos humanos, pero
pareciera como si a través de la violencia y el crimen se resarcieran resentimientos, abusos, burlas y decepciones
en una sociedad de acoso y poder. También podría suceder que la pasividad
colectiva obedece a ese sentimiento llamado catarsis, motivada por una violencia piramidal sin límites. Analicen bien los
sabios, la criminalidad luce compleja y
espinosa, como si estuviéramos en medio de un vendetta social, con excepción de la violencia
intrafamiliar.
Fijarse como Mayor Zaragoza le pone la tapa al pomo cuando afirma
que ¨la paz de la seguridad -la del
silencio, el medio y la pobreza- no es paz sino semilla de violencia¨. En otro
aparte de su libro El Poder de la Palabra afirma que ´la seguridad humana
es la que refuerza la democracia,
propicia el desarrollo y fortalece la convivencia pacífica en la pluralidad y
apertura. Es la que permite la expresión
de la voz del pueblo y garantiza la aplicación de leyes justas¨…
Los extremistas y fanáticos del estado de barbarie en que
viven los dominicanos fueron formados en la escuela de la mala vida, en las
miserias más espantosas; allí donde el hambre, el desamparo y la falta de
empleo hacen causa común. Que podíamos esperar de tanto infortunio, ahondado en el tiempo y sin horizonte a la
vista.
Las alternativas de progreso, para las grandes mayorías, son
escasas.
Conseguir avanzar y estabilizarse resulta cuesta arriba. De
ahí la necesidad de apelar a un golpe de suerte y cuando esto no ocurre,
arriesgarlo todo sin medir consecuencias.
Para gente que vive en la pobreza extrema resulta chocante y provocativa la capacidad de
exhibición de quienes pueden acceder a los placeres del mercado. Carros lujosos, excelentes
vestimentas y dinero para vicios provocan
ansiedad en los que no pueden, una
ansiedad trabajada. Y como se sabe, la abstención no forma parte de la conducta
de los dominicanos.
Cuando la gente no alcanza a una migaja del pastel, lo quiere
completo.
Si otras fueran las circunstancias, con mayores niveles de organización y oportunidades,
no estaríamos en medio de esta
afrenta. Y, si se cambiara la
filantropía por un estado de derecho la
inseguridad fuera cosa del pasado. Para
que fuera así se necesita voluntad, pero voluntad de los de arriba.
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