Politica, economía

lunes, noviembre 25, 2013

Al borde del precipicio



Por: Juan Bentz

Juan Bentz (Opinión)
Los dominicanos despertamos cada día en medio de una pesadilla que no soñamos. Las crónicas de los noticieros nos aproximan a las ¨malas nuevas¨. Sucesos terroríficos, escalofriantes y monstruosos forman de la cotidianidad; sin que, a nadie inmuten, a nadie perturben y cuyo interés, si para alguien los tienen,  es momentáneo y personal. Nos prepararon para lo peor. La reiteración nos volvió insensibles y anestesió la capacidad de reacción.

Un amigo me comentaba al respecto,  que los dominicanos vivimos ¨un estado de guerra civil no declarada´´.  Conversamos sobre las atrocidades más bestiales y desgarradoras  igual que repasamos el juego de la noche anterior entre Licey y  Águilas. Perdimos la capacidad de asombro y asumimos como propósito de vida salvar el pellejo. De manera colectiva nos  acostumbramos  a la progresiva destrucción de la paz social. La criminalidad ha calado más allá de lo imaginable, con niveles que se acercan al paroxismo y cuyas acciones, amparadas en la impunidad, rebasan todos los límites.

¿Y dónde radica el origen o causas de tan aberrantes relaciones sociales entre los dominicanos? Son múltiples y variables. Existen razones históricas, de orden socio-económicas y de orden políticas. En primer lugar es la clase política, aferrada al poder por el poder y cuya única meta son las mieles del poder, la responsable directa. La falta de instituciones fuertes y el devaneo  político generan  este desorden mayúsculo, con un saldo impresionante en  vidas y sufrimientos.

La criminalidad mantiene la población   a merced, en un estado de indefensión generalizado. Nada ni nadie está seguro,  miles de psicópatas pululan  en las calles del país y forman parte de todos los estamentos sociales. No hay sentimiento, ni utilidad, ni valoración que no hayan  sido ultrajados, vejados,  trocados y mancillados por estos desarraigados sociales. Como dijera Dumas, ¨el orgullo de quienes no pueden edificar es destruir¨.

Miedo e impotencia caracterizan el pensamiento  colectivo de la población.
Nadie se atreve a dar un paso en la dirección correcta por temor a la soledad. El hampa  lo sabe. El crimen campea en sus fueros y no escatima métodos para lograr sus objetivos. Para estos individuos, los resultados se obtienen ya, a cualquier precio. Y mientras el hacha va y viene sangre inocente se derrama a raudales al tiempo que los sistemas de seguridad y vigilancia son burlados.

Si nos acercamos un poco a las razones históricas para saber por  qué unos cuantos expresan tanto desprecio por la vida y por el orden social establecido, no encontramos nada mejor que un breve  ensayo de Juan Bosch sobre la ¨psicología de los dominicanos¨ en su libro  Trujillo: Causas de una Tiranía sin Ejemplo, editado en 1958.

 Dice Bosch que ¨hay un rasgo común a casi todos los dominicanos; la susceptibilidad. La mayoría de los dominicanos, no importa de qué grupo social procedan, es susceptible en grado enfermizo. Su susceptibilidad estimulada por el incidente más nimio, y casi siempre provoca en quien la sufre accesos de agresividad que destruyen en un momento nexos familiares, amistades estrechas, sentimiento de gratitud, y que suelen ir  desde el ataque a machete en el campesino ignorante, hasta la propagación de la calumnia mas venenosa en el graduado universitario. En muchos casos, la inclinación a la susceptibilidad esta suplantada por un sentimiento parecido, e igualmente disociador, la envidia¨.

Y como si estas reflexiones fueran escritas en las actuales circunstancias, dice Bosch: ¨esto denuncia un perpetuo estado de insatisfacción del alma, una enfermedad psicológica que vive envenenando el alma de cada persona, y que estalla en crisis incontrolables a la menor provocación, sea esta voluntaria o involuntaria. Ahora bien, para tal enfermedad del ser psíquico dominicano, hay que buscar una explicación en cada grupo social´.

En el caso de las mayorías, Bosch precisa: ¨la gran masa del pueblo tiene razones para ser así. Nadie se preocupo jamás por ella. Los caudillos la llevaron a morir armas en mano, y ya en el poder gobernaron para el estrecho círculo que dirigía la economía y la política del país…¨

¿No será que las elites dominantes no  han dejado alternativa para que el pueblo canalice sus aspiraciones, naturales,  a una mejor vida? ¿O será que no se ha predicado con el ejemplo y se reproducen las peores de las copias?  ¿O  será  que la exclusión social patrocina el crimen al tiempo que lo justifica?  Puede que me quede corto, pero si se puede afirmar que al pueblo dominicano lo han forjado débil, descorazonado, rencoroso  y cruel en demasía.

Para muchos, tanto sufrimientos y fatalismo, en que se bate el pueblo dominicano en la actualidad, son los daños colaterales  del  proceso de multiplicación de capitales  producto de la  globalización,  la revolución informática y la post modernidad. Ninguno de estos argumentos tiene asidero ni validez. Esta espiral de violencia y criminalidad esta  forjada en el seno de la sociedad, motivada por grados de injusticias excesivos y  amparada por una impunidad más allá de toda explicación lógica.

Sin pretender justificar a malvados, perversos,   desenfrenados y monstruos humanos, pero pareciera como si a través de la violencia y el crimen  se resarcieran  resentimientos, abusos, burlas y decepciones en una sociedad de acoso y poder. También podría suceder que la pasividad colectiva obedece a ese sentimiento llamado catarsis,  motivada por una violencia  piramidal sin límites. Analicen bien los sabios, la criminalidad  luce compleja y espinosa, como si estuviéramos en medio de un vendetta  social, con excepción de la violencia intrafamiliar.

Fijarse como Mayor Zaragoza le pone la tapa al pomo cuando afirma que ¨la paz de la seguridad  -la del silencio, el medio y la pobreza- no es paz sino semilla de violencia¨. En otro aparte de su libro El Poder de la Palabra afirma que ´la seguridad humana es  la que refuerza la democracia, propicia el desarrollo y fortalece la convivencia pacífica en la pluralidad y apertura. Es  la que permite la expresión de la voz del pueblo y garantiza la aplicación de leyes justas¨…

Los extremistas y fanáticos del estado de barbarie en que viven los dominicanos fueron formados en la escuela de la mala vida, en las miserias más espantosas; allí donde el hambre, el desamparo y la falta de empleo hacen causa común. Que podíamos esperar de tanto infortunio,  ahondado en el tiempo y sin horizonte a la vista.

Las alternativas de progreso, para las grandes mayorías, son escasas.

Conseguir avanzar y estabilizarse resulta cuesta arriba. De ahí la necesidad de apelar a un golpe de suerte y cuando esto no ocurre, arriesgarlo todo sin medir consecuencias.

Para gente que vive en la pobreza extrema resulta  chocante y provocativa la capacidad de exhibición de quienes pueden acceder a los placeres  del mercado. Carros lujosos, excelentes vestimentas y dinero para vicios  provocan ansiedad en los que no pueden,  una ansiedad trabajada. Y como se sabe, la abstención no forma parte de la conducta de los dominicanos.

Cuando la gente no alcanza a una migaja del pastel, lo quiere completo.

Si otras fueran las circunstancias, con  mayores niveles de organización y oportunidades, no estaríamos en medio de esta  afrenta.  Y, si se cambiara la filantropía por un estado de derecho  la inseguridad fuera cosa del pasado.  Para que fuera así se necesita voluntad, pero voluntad de los de arriba.

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