Por Manuel
Hernández Villeta/ A Pleno sol
Manuel Hernández Villeta (Opinión) |
La Junta
Central Electoral es un organismo que tiene una amplia credibilidad pública.
Tiene que tratar por todos los medios de mantenerse como un faro que conduzca a
los dominicanos en la tarea democrática de poder escoger a sus principales
funcionarios públicos.
Pero los
miembros jueces de la JCE tienen que ponerse un gorro de hielo en la
cabeza. Tienen que darse cuenta de la situación económica del país, y deben
dejar a un lado la posición de considerase por encima de todos, por estar en
una institución colegiada.
Si la JCE
pierde credibilidad pública, se hará difícil, casi imposible, poder llevar a
cabo unas elecciones libres y democráticas. Unas elecciones exigen un árbitro
serio y responsable, con pleno comedimiento y conocimiento de
su deber, y
ser un abanderado en la defensa de las libertades públicas.
Precisamente,
florece la mayor dosis de libertades sociales cuando hay unas elecciones
libres y democráticas, y en el país se permite que cada dominicano tenga la
oportunidad de votar en forma libérrima.
Con el
reajuste de salario en más de cien mil pesos de sus jueces, el pleno de
la JCE lleva un mensaje equivocado a la comunidad. En un país donde
millones están luchando por un salario mínimo de menos de diez mil pesos, el
aumento salarial es un abuso.
Con las
facilidades institucionales del cargo, como vehículos, gasolina, choferes, las
dietas, un juez electoral debe estar ganando aproximadamente más de medio
millón de pesos, lo cual es una bofetada a la miseria del pueblo.
No es solo
el caso de la JCE. Hay muchos funcionarios de cuello blanco que se ponen
sueldos lujosos y hasta inaceptables para un país donde miles de niños se
acuestan sin cenar y pasan el día sin comer, mientras que la miseria extrema
empuja a la juventud a las drogas o la prostitución.
Luego del
reajuste salarial en la JCE, es de esperar que se detengan los planes de
introducir una nueva cédula de identidad, que podría ser un don de modernidad,
pero que las costillas del pueblo no lo pueden pagar.
Mientras la
casi totalidad del pueblo está sometido a una austeridad extrema, los que se
encuentran por encima del bien y el mal, disfrutan de la buena vida.
Bienvenidos al paraíso.
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