Por Manuel Hernández Villeta/ A Pleno Sol
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Opinión |
Nos estamos colocando el filo de la
guillotina al cuello. La sociedad está cerrando sus espacios vitales. Sectores
diversos son cada día más tolerantes con los haitianos
y eso nos está acorralando. Las facilidades que les ofrecen llegan a
poner en peligro la tranquilidad del ciudadano.
Es una locura que se comience a cobrar a
las ilegales parturientas haitianas por el servicio que se les da en los
hospitales públicos. Aplicar esa medida sería sencillamente reconocer que las
autoridades carecen del peso y el accionar para controlar a la migración
ilegal.
A las haitianas ilegales que son referidas
por sus médicos o curanderos para que busquen auxilio en los
hospitales dominicanos sencillamente no se les debe dejar entrar al país. Son
ilegales y es irrespetando la ley que entran a territorio nacional.
Las haitianas paren en los hospitales y
desaparecen. Unos dicen que son transportadas de nuevo a Haití, de una forma
irregular, otros, que se quedan en el país, con un hijo que se podría colar
como dominicano. Cobrarle a parturientas ilegales, puede abrir puertas a una
mayor crisis. Habría que ver cuál estatus le daría legalizar su situación para
una atención de emergencia.
Si, cuando a una ilegal parturienta
haitiana se le cobra para darle el servicio en una maternidad, se le está
dando carta de legalidad a su situación inmediata en el país. Eso sería
intolerable. Lo que se tiene que hacer es poner mayor vigilancia en la frontera
y detener a los coyotes dominicanos que hacen esta trata de blancas.
Somos muy condescendientes con los
haitianos, y en momentos las autoridades pecan de blandas. Voy a contar una
situación que vivo a diario. En la zona que resido, un área residencial de la
Capital, a diario y a plena calle, un grupo de haitianos de doce del
mediodía hasta las doce de la noche se dedica a jugar dominó, en medio de un
gran desorden, que comienza con estrellar las fichas en el tablero con un
sonido que se escucha a una cuadra, hasta difundir música en creole
a un alto volumen y obstaculizar el paso por las aceras.
A estos haitianos se les ha llamado la
atención en varias ocasiones y dicen que no tienen por qué hacer silencio, no
tienen por qué controlar su juego y no tienen que dejar la algarabía en
momentos de descanso en una zona residencial y muchos menos permitir el libre
paso por las aceras. La razón, dicen ellos, es que la calle es pública y
allí pueden hacer lo que quieran.
Se le ha pedido a integrantes de una
unidad móvil de la Policía que hace servicio en la zona que los controle,
y les pasan por el lado con la mayor indiferencia, a esos haitianos de
doce a doce nadie le aplica el orden, son los dueños de la calle, y a los
dominicanos no se les da oportunidad de poder descansar. Así nos disminuimos
los dominicanos. Ojala y alguna autoridad escuche mí llamado a que por donde
resido se haga respetar a estos haitianos.
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