Por Manuel Hernández Villeta/ A Pleno Sol
Opinión |
La pastoral con
motivo de la Virgen de La Altagracia deja ver a una iglesia que conoce los
acuciantes problemas que sufren los dominicanos, pero que luce con mucha
timidez para defenderlos. Estoy de acuerdo con los enunciados de la Pastoral,
pero le hace falta músculo, entrega, decisión.
La iglesia,
cualquiera de las iglesias –católica o cristiana-, tiene que ser la voz de los
que hace tiempo están mudos porque le cercenaron la garganta; ariete de
justicia, para los que padecen atropellos; niveladora que busca establecer
equidad social donde hay exclusiones. Está bien con las denuncias, pero hay que
dar el siguiente paso, para liberal de los grilletes, a los que tienen cadenas
intangibles en manos y pies.
De forma aislada,
hay sacerdotes que luchan por mejorar los niveles de vida de sus feligreses,
pero se necesita algo más. Un compromiso de la alta curia, que en muchas
ocasiones toma caminos apartados del mensaje del Papa Francisco, de que
hay que redimir a los pobres y enfrentar las injusticias.
La Pastoral destaca,
y es digno de que se le respalda, que se debe detener la violencia contra la
mujer y las acciones que –como el sicariato y el narco tráfico- llevan
sangre y dolor a la familia dominicana. Y es cierto, no podemos seguir viviendo
en una tierra salvaje donde se imponga la ley del más fuerte y nunca se
vaya en armonía con los deseos populares. Pero el compromiso debe ir más allá
de la denuncia y pasar a la acción.
Si la iglesia no
puede liderar ese camino hacia reivindicaciones sociales, otros sectores le van
a tomar la hegemonía y ellos normarán el curso. Muchos curas de
modo individual se lanzarán a luchas sin contar con el total respaldo de
sus superiores, y ahí podrían venir sigmas mayores.
La Pastoral pone el
dedo –pero no en la llaga- en lo que se refiere a la mala distribución de las
riquezas, a la rampante corrupción en casi todos los estamentos de la sociedad
dominicana, pero no utiliza el bisturí para amputar. Los hombres de la sotana
tienen una obligación más allá de un bonito discurso o una homilía que concite
aplausos.
Los dominicanos
reclaman cambios, nuevas alternativas, acciones que busquen la mejoría de una
sociedad castrada. Sus líderes son los que deben ir abriendo sendero en el
bosque de iniquidades. Si callan, por miedo, complacencia o no meter las manos
al fuego para no quemarse, no se estará haciendo una buena labor pastoral.
Todos tenemos
que conocer la verdad para luchar por ella y que nos haga libres. Conocer
esa verdad es dar paso a un hombre nuevo, a formas de vida que vayan
de acuerdo con una existencia digna. La población demanda los cambios
necesarios para seguir adelante en el siglo 21, y con esta Pastoral de la
Virgen de La Altagracia los obispos dominicanos dejan entrever que a
pesar de su conservadurismo, están atentos a la crisis, pero no se deciden a
tomar parte.
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