Por Manuel Hernández Villeta/ A Pleno Sol
Opinión |
El país todavía se encuentra sumergido en el pasado. No hemos entrado al
siglo 21. Los pasados cien años no fueron los mejores. No se salió de la
dictadura y de las intervenciones militares extranjeras. Trujillo y Balaguer se
llevaron más de 50 años del siglo 20.
Y a pesar de lo negativo que nos dejó ese espacio, los entes pensantes de
la sociedad y los que únicamente escuchan y sonríen, la masa silente, siguen
aferrados a un pasado sin glorias, sin penas y sin esperanzas.
Hay que arrancar en el siglo 21. Debe ser nuestro siglo de las luces,
dejando atrás la corrupción, los jefes de mano de hierro, los demagogos, las
intervenciones extranjeras, aunque sean económicos y no armadas y dando impulso
a la idea de que se tiene que dar el salto hacia el desarrollo.
En el país no hay instituciones Ferreas. Se venden a través de los
titulares de periódicos, pero están hechas de arena sin sostén de rocas. Es
como la leyenda bíblica del hombre que edificó su casa en la arena,
desechando levantarla sobre las rocas.
No todos los dominicanos somos culpables de que las instituciones naveguen
en el lodo. A la gran mayoría nadie le preguntó su opinión y sus
preferencias. Los gobernados desde la guerra comunales de los generales
de uniforme de Macario, no preguntan sino que ordenan. Los áulicos se
doblegan por un simple pedazo de pan.
No es el momento de rescatar viejas instituciones, sino de levantar
nuevas. Es la verdad. Un dominicano de 65 años nunca ha vivido en
democracia. Nació bajo la era de Trujillo, y de ahí un Golpe de Estado, un
gobierno de siete meses que no pudo arrancar y una revolución armada, que entre
sus efectos colaterales parió los doce años del doctor Joaquín Balaguer.
Muchos se horrorizan hoy de que no haya plena democracia, pero no han hecho
nada para levantarla. La democracia no es sólo un anhelo o una ilusión fatua,
sino una forma civilizada de vivir entre la gente, donde se respete lo
individual y colectivo, sobre todo el sacrosanto derecho a la vida.
Pero una vida de calidad no es solo preservar la integridad física, sino
tener la sustentación diaria, la salud, la educación y el principal de
los derechos, que es la difusión del pensamiento. No tenemos calidad de vida, y
solo menguamos en el mar embravecido de los infortunios.
Pero hay fe en alto. Los dominicanos somos luchadores desde la cuna. Los
febreristas lograron la independencia luchando contra el poder haitiano y
proclamaron la Restauración venciendo al imperio Español. Dos veces enfrentaron
con las armas en las manos a intervenciones militares norteamericanas, y a los
dictadores los sacó del poder, aunque reciclados volvieron cuando las
circunstancias se lo permitieron.
La democracia que de hoy es neo-.nata, echará
raíces en la República Dominicana y sobre nuestra tierra un día el sol dará la
plenitud de su calor. Pero nada se regala en la vida, y para obtener el
disfrute de la democracia tiene que haber sacrificios y mucha capacidad de
lucha. Hoy no hay a la vista quien desee sacrificarse y los que podrían
emprender el camino de la lucha están cansados antes de dar el primer paso.
¡Ay!, se me acabó la tinta.
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