Por Francisco Luciano
Opinión |
Frente la campaña electoral en los
Estados Unidos, establecimos una posición equidistante, considerando dos
juicios para nuestra postura: 1) La elección del presidente es un
asunto privativo de los ciudadanos del país que lo selecciona y 2)
En los Estados Unidos la voluntad de un presidente está por debajo del interés
de esa gran nación y son sus instituciones las que mandan.
El primer juicio se explica en que, sin
importar los deseos del resto del mundo ni las informaciones o los resultados
de las encuestas que se divulgan, la decisión final la tienen los ciudadanos
electores y siempre la gente votará por quien les resulte más confiable y quien
tenga mayor capacidad para convencerles de que representa la esperanza de
mejorar sus vidas.
El segundo juicio encuentra asidero en
que, ninguno de los dos competidores, lo hacía para dirigir a la República
Dominicana y mucho menos con la intención de mejorarla.
Conociendo el peso de las instituciones
de ese país y convencido de que los Estados Unidos no se detienen ante ningún
principio ético o de derecho ajeno para imponer sus intereses sobre los pueblos
débiles, sé que, si fuere de su interés agredir o perjudicar a la República
Dominicana, poco importará quien allí gobierne, porque aunque como
dice mi mentor y líder político, José González Espinosa “las relaciones
políticas se basan en distinciones” eso no aplica para un presidente de
los Estados Unidos, obligado a respetar las decisiones adoptadas por las
instancias de poder de esa nación, sin importar su voluntad o creencia
personal.
Ahora que las elecciones pasaron y que
es un hecho consumado la elección del señor Donald Trump, es prudente
establecer algunas consideraciones sobre ¿El porqué de su elección y de
cómo podría ser su mandato?
La aseveración de algunos analistas de
que Trump no ganó, sino que Hillary perdió no tiene asidero, pues ella hizo de
todo para ganar y el establishment completo, incluido el
presidente Obama, junto a la mayoría de medios de comunicación de ese
país y de gran parte del mundo, salió a defender con garras su propuesta.
Aceptar que ella perdió y el no ganó,
es desconocer que él tuvo una respuesta atinada ante cada ataque, como también
un contra ataque despiadado y acertado frente a dichos ataques, es
negar que Trump nunca se amilanó y jamás perdió coherencia en su discurso, ni
dejó de contactar a sus electores a los cuales vacunó de manera oportuna sobre
las opiniones adversas de los medios de comunicación,
indicándolos como parte de la campaña de su adversaria, logrando
que sus parciales no le pararan bolas a los ataques que por allí se le
hizo, mientras logró que esos medios le garantizaran presencia en sus primeros
planos durante toda la contienda.
Al acusarlo de evasor, la campaña
Demócrata no reparó en dos elementos importantes que trabajarían la mente de los
electores en favor de Trump, el primero es que si Trump es un evasor y la ley
persigue a los evasores, ellos los demócratas con ocho años en el gobierno no
le habían formulado cargos por lo cual o eran sus cómplices o la campaña
era falsa y el segundo es que, durante más de cinco siglos la principal
industria de reproducción cultural de los Estados Unidos, el cine, viene
presentando como modelo de éxito al hombre o al grupo de hombres capaz de
hacer fortuna sin importar la manera: La series sobre Al Capone, El Padrino,
Rápido y Furioso y películas como El Cara Cortada, entre otras muchas,
han creado en los Estadounidenses el falso paradigma de que el éxito se mide
por el tener y no por el ser o el saber y Donald Trump es el típico modelo de
éxito de Estados Unidos, porque bajo cualquier circunstancia ha logrado
tener o por lo menos fijar la creencia de tener.
Quienes se aventuraron a descalificarle
afirmando que de precandidato no llegaría a candidato y luego que
de candidato no se convertiría en presidente, debieran en honor a sus equívocos
guardar sus pronósticos de que será un desastre como presidente y ganarse el
beneficio del tiempo. Total tendrán cuatro largos años para estrujarle
sus errores como gobernante en ejercicio, pero deben tener la paciencia de
esperar que los cometa.
En cuanto a nuestro país, lo único que
puede ocurrir es que continúen enviándonos dominicanos deportados por las
mismas razones de antaño y que sea cambiado el controversial embajador actual y
ninguna de esas dos cosas sorprenden por rutinarias y habituales.
Para el resto del mundo, cada día trae
su propio afán y así como Obama no pudo imponer sus deseos de aplicar una
reforma de salud, ni una reforma migratoria, ni cerrar la cárcel Guantánamo, pese a desearlo e intentarlo con todas sus energías, tampoco
Donald Trump podrá detener el movimiento de rotación de la tierra y mucho
menos podrá cambiar el curso del cosmos.
En el mundo de hoy, aunque
los Estados Unidos continúan siendo la principal potencia en el campo
económico y militar, no pueden gobernar de espaldas a los demás países,
ni tampoco imponer todas las condiciones, sin que se provoque un
caos. Todo tratado puede rediscutirse y hasta cambiarse, pero no de
manera unilateral.
El mundo de hoy en términos económicos
se asemeja a una yola donde todos estamos montados y vamos en medio del
mar, en esas condiciones, si ponemos todo el peso en un solo extremo, la yola se hunde y eso
debe saberlo o lo aprenderá muy rápido el presidente Donald Trump, por lo tanto
no se debe apostar a la profecía del cataclismo, pues la humanidad no tiene
vocación de suicida y aunque alguna mente brillante haya calificado a
Troump de subhumano, todos sabemos que no lo es.
El autor es catedrático universitario y
dirigente del PTD.
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